sábado, 4 de agosto de 2012

¿Por qué nos manifestamos en 2003 contra la guerra en Irak, y hoy aceptamos una intervención en Siria? Borja Aguirre


La memoria tiene secretos. En febrero de 2003 tuvo lugar la que probablemente fue la primera manifestación global de la historia. Millones de personas en todo el mundo salimos a las calles para protestar contra una guerra que aún no había comenzado. Hoy, en 2012, se está preparando una intervención militar internacional en un país árabe, Siria, y no hay manifestaciones en contra. Es más; la población la ve con buenos ojos.

La guerra de Irak se llevó a cabo pese a las protestas. Hubo entre medio millón y un millón de víctimas civiles, y a día de hoy Irak es un país desestructurado, violento, y controlado de cerca por las nuevas bases militares norteamericanas instaladas en su territorio.

La arrogancia de los países invasores creó fuertes tensiones a lo largo del planeta que reverberaron durante años, y quizá colaboró indirectamente a algunos cambios de gobierno, entre otros, la caída de Aznar en España. Sin embargo, los adeptos de la guerra aprendieron varias lecciones de aquello, y hoy en día han preparado de otra forma el escenario para su nueva guerra. Y con éxito.

¿Qué ha ocurrido? ¿Qué diferencia hay entre la situación actual y la del año 2003? ¿Acaso Saddam Hussein no era un dictador como Al-Assad? ¿Es que Occidente ya no tiene ningún interés económico en Oriente Medio, como en el 2003? ¿Por qué hemos olvidado los cientos de miles de civiles muertos en Irak, y aceptamos una nueva guerra?

Sin duda, muchos cerebros de la inteligencia militar han hilado más fino esta vez.

Bush versus Obama

En primer lugar, hoy día estamos lejos del desastre de imagen hacia el gobierno norteamericano que supuso George Bush. El 11-S fue el comienzo de una forma de hacer política de ‘o conmigo o contra mí’, de estilo prepotente y chulesco, que pronto provocó un fuerte rechazo entre la población mundial. Las manifestaciones contra la guerra de Irak fueron una forma de decir ‘basta’ a esa forma de hacer política, de matón de barrio, de imperio sin caretas. Sorprendentemente, y quizá sin desearlo, Tony Blair colaboró a esta reacción; su ‘Tercera Vía’ propugnaba un esfuerzo por hallar consensos internacionales, y arrastró a Bush a un intento por lograr la aprobación de la ONU para la guerra, intento que fracasó, pero que no detuvo la intervención, evidenciando aún más el desprecio de Bush por las opiniones de otros países. (Aquello supuso, por cierto, el fin del prestigio internacional de la Tercera Vía, y de Tony Blair).

Alguien decidió que había que cambiar aquello. Años después, la prensa internacional se volcó durante un año entero en la campaña electoral de un nuevo candidato a presidente de los EEUU, un ‘presidente bueno’, en contraste con el anterior. El Nobel de la Paz corrió hacia él, antes casi de que pudiese gobernar. La imagen del gobierno norteamericano cambió radicalmente: hoy día no se percibe un líder concreto, odiado por las masas, organizando una guerra.

Pero no nos engañemos: las guerras se deciden en instancias más altas y más invisibles que las de la Presidencia de EEUU. Bush y Obama sólo son la cara visible del conflicto, y su poder de veto es real pero limitado. Las élites y los poderes que deciden las guerras son los mismos que hace años, sus intereses son los mismos, y su estrategia es similar: controlar el petróleo de Oriente Medio mediante el poder militar, ya que el económico se está desplazando lentamente a Asia. Hoy día, el presupuesto de Defensa sigue aumentando en EEUU, la guerra no cesa en los países árabes (pese a las promesas de Obama), y Siria es solamente un paso más de esta estrategia, que termina en Irán.

Invasión exterior versus levantamiento popular.

En segundo lugar, los propios Estados Unidos han desaparecido del conflicto. En Irak fueron omnipresentes, los líderes indiscutidos de la intervención, por decisión propia. Se presentó la guerra como una venganza por los ataques a las torres gemelas, y EEUU se adjudicó el rol de gendarme mundial que salva al planeta de la amenaza de las armas de destrucción masiva. Sus propios marines son los que pusieron sus botas sobre el terreno iraquí. Se buscó intencionadamente una imagen de fuerza, de poderío.

En el conflicto de Siria se ha apartado el foco de los Estados Unidos, y de hecho se ha enfocado solamente en el interior del país, como una cuestión interna entre el gobierno y la oposición. Los que se han levantado contra Al-Assad, nos dicen, son simplemente la oposición, el pueblo sirio. No hay tropas extranjeras, no hay ninguna invasión. Según se nos dice, la comunidad internacional es neutral, no hay ningún interés ni intencionalidad por parte de ningún país, únicamente existe el interés de que el pueblo sirio deje de ser masacrado.

Pero no es así. Existen intereses, como hemos visto, y existe una intervención real de otros países en este conflicto, igual que ocurrió con Irak. La comunidad internacional está alentando la guerra civil. La diferencia fundamental es que para la guerra de Siria se ha desechado la costosa intervención directa (costosa en términos económicos, humanos y de imagen), y se ha vuelto a las formas tradicionales. Se ha apoyado la creación de un ejército, el Ejército Libre Sirio, al cual se le envían armas, se le da entrenamiento, se subvencionan mercenarios de otros países cercanos, se le ofrece información logística vital (con el uso de satélites, etc.). Turquía, Qatar y Arabia Saudí están apoyando sin disimulo a este ejército, y detrás de ellos está el apoyo de EEUU y Europa a esta guerra.

La prensa europea en su conjunto se ha convertido, por tanto, en una gigantesca máquina de propaganda a favor de la intervención militar, mediante la criminalización del régimen de Al-Assad, y la invisibilización del Ejército Libre de Siria. Los medios de comunicación intentan gestionar como pueden una enorme paradoja: por un lado denunciar los ataques del ejército sirio contra una población supuestamente desarmada; y por otro lado, jalear y celebrar los avances del ejército de la oposición. Poca gente parece preguntarse si existe hoy una guerra civil en Siria, y de dónde han salido las armas para el ejército de la oposición.

11-S versus Primavera árabe

En tercer lugar, la guerra de Siria se está desarrollando en el contexto de la ‘primavera árabe’, que ha gozado de grandes simpatías en todo el planeta. Esto supone un apoyo propagandístico fabuloso, y es quizá la mayor diferencia con la guerra de Irak, donde no se prestó ninguna atención a la situación interna del país, y se enfocó (correctamente) a la tensión internacional surgida tras el 11-S como causa última de la guerra. En Siria, la narración de los hechos parece ser así de sencilla: hay una dictadura, la gente ha dicho ‘basta’, y se ha levantado contra el dictador. Esta historia provoca un potente efecto de empatía hacia el pueblo sirio, desde el punto de vista de las democracias europeas. Es una narración totalmente diferente, prácticamente contraria, de lo que vimos en 2003.

Este es quizá el punto que más confusión y debate ha creado entre intelectuales de izquierda, ya que efectivamente hay una gran legitimidad en que los pueblos se subleven contra las dictaduras en las que viven, y no hay duda de que eso ha sucedido en Siria, igual que en muchos otros países árabes. Algunos intelectuales, con gran honestidad, pero muy centrados en la realidad local, apoyan una mayor intervención internacional.

Pero merece la pena detenerse en algunos aspectos. Debemos preguntarnos, para empezar, a qué se debe que las revoluciones que están teniendo éxito, o que más estamos conociendo por la prensa, coinciden precisamente con aquellas revoluciones que Occidente y la Otan estaban deseando hace tiempo, mientras que otros levantamientos (Yemen, Bahrein) contrarios a sus intereses han desaparecido de las noticias. No se nos informa de que Yemen está bajo control aéreo de la Otan, o que Bahrein ha sido invadido militarmente por Arabia Saudí, ese país que defiende las libertades en Siria. Por cierto, un país que no llega ni siquiera al grado de dictadura; no olvidemos que la constitución de Arabia Saudí, de tipo feudal, afirma que el país entero es propiedad de la familia Saud, como muy bien indica su nombre.

También debemos plantearnos si es lo mismo apoyar una revolución popular no violenta, como vimos en Egipto y Túnez, que un levantamiento armado. Esto último es mucho más delicado, ya que las consecuencias en caso de utilizar las armas son mucho más dolorosas e imprevisibles en el largo plazo, y quien la acaba pagando es la población civil. En América Latina tenemos ejemplos claros de los diversos tipos de efectos sociales que puede tener un levantamiento armado de liberación; ha habido resultados buenos, malos y muy malos.

No parece ético apoyar un levantamiento armado sin conocer bien las probabilidades de éxito o los posibles desarrollos de la guerra; ya hemos visto en Irak a lo que lleva un enquistamiento de la guerra durante años. Ni apoyar a uno de los bandos sin conocer bien quién lo lidera, quién lo apoya, y qué es lo que propone como alternativa. Recientemente estamos comprobando que en Libia los ‘rebeldes’ no eran tan buenos como nos decían, y parte de la prensa comienza a lamentarse hipócritamente de haber apoyado a estos grupos.

Y sobre todo, debe definirse bien claramente lo que es una intervención internacional. Una intervención no es sinónimo de un ataque militar, o no debería serlo. Hay formas pacíficas de provocar acuerdos, de rebajar la tensión. La propia ONU ha realizado propuestas en este sentido, pero nuestros medios de comunicación las han ignorado por completo. Sólo hay una propuesta sobre la mesa: la guerra.

Conclusión

No hay duda de que hay buena parte de legitimidad en el levantamiento popular contra Al-Assad en Siria. Pero no debemos quedarnos ahí. En Irak, Saddam Hussein también sufrió una gran oposición interna, y ordenó masacres contra su propio pueblo, especialmente en el área kurda (como hoy en día hace Turquía), y aún así, la población mundial encontró razones para manifestarse contra aquella guerra.

Hoy en día una buena parte de la población del mundo vive bajo gobiernos dictatoriales (China incluida), o tiene en su seno fuertes movimientos populares de oposición contra la opresión del gobierno, algunos de ellos armados (India incluida). Si esto fuera el interés real de los países occidentales, hace tiempo que se hubiesen creado estructuras internacionales más eficientes que las actuales para evitar la opresión de los gobiernos contra sus propios pueblos.

Eso es complicado de hacer, haría falta mucho consenso, y mucho debate para definir lo que es ‘opresión’ de lo que no lo es. Por eso, los partidarios de la guerra nos proponen otra cosa: que los países con mayor poder económico y militar decidan (decidamos) a qué países hay que salvar de su propio gobierno. De esta forma, paradójicamente, para luchar contra las dictaduras, necesitamos una dictadura mundial, en la que unos pocos países muy poderosos deciden dónde intervenir, qué guerras crear o apoyar, y qué gobernantes deben irse o morir. Obviamente, estas intervenciones ‘éticas’ coincidirán con sus propios intereses económicos, en este caso el control del petróleo, pero eso es algo que se ocultará a la población.

Hoy en día, también en 2012, merece la pena unirse a la oposición, popular y no violenta, ante esta dictadura mundial. ¡No a la guerra!

Tomado de Redes Cristianas.